100 palabras.
En el camino...
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Si lanzase ese extintor contra la ventana, saldría disparado hacia la calle. Si en ese preciso instante alguien pasara por ahí lo mataría convirtiéndose en un homicida. Si no lo hacía, ese alguien llegaría a su cita con una desconocida, cenarían, y después irían a bailar. Beberían demasiado y terminarían en un hotel hambrientos de sexo. A la mañana siguiente les daría palo mirarse a los ojos. Cada uno recogería su ropa y, sin atarse siquiera el cordón de las zapatillas, escaparían en direcciones opuestas.
Si ese trébol de cuatro hojas funciona, no tocará el extintor salvando dos exiguas vidas.
Entre las uñas restos de ADN no humano. Una oreja amputada y tatuado en su tobillo izquierdo el mismo grafiti pintado en la pared; un demonio con cuernos. Sobre el torso desnudo una pulsera a modo de corona de espinas incrustada en uno de sus senos.
-Tiene todos los ingredientes de un ritual macabro.
-Sí, pero la científica no relaciona ese ADN con ningún animal conocido.
-Hoy le retiran la sedación.
-¿Puede oírnos?- Con una fuerza sobrehumana agarró el brazo del comisario. El mal ocupaba su cuerpo y estaba hambriento. La humanidad sucumbió en las tinieblas de un maléfico contagio.
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El tesoro se encontraba a salvo. Postrera sonrisa y suspiro de alivio templando el cuerpo. Próximo a las raíces del viejo sauce, bajo esa tierra que le vio crecer, quedaría preservado para siempre.
El planeta seguirá girando. Habrán de pasar cientos de años; quizá miles. Ningún reconocimiento quedará en pie después de tantas crueldades; tampoco el viejo sauce. Junto al lugar donde un día estuvieron sus raíces, la urna de acero blindado permanecerá intacta. En su interior un ruego de perdón y una promesa. Si Dios sigue ahí fuera, tal vez se apiade y permita que lo volvamos a intentar.
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Llegó el día y las urnas ardían. Cualquier papeleta que entrara en ellas quedaría achicharrada de inmediato. Con tantísimo calor hasta el talento más innato se resintió. Mermadas las facultades quedó anulada su insólita visibilidad a la hora de captar, anticipadamente, cualquier contratiempo. Incapaz de oler CO2 ni a diez metros de distancia, el amor propio se derrumbó. Debía lograr cuanto antes la idónea cercanía al éxito que anhelaba. Los exhaustos integrantes de las mesas electorales se lo pondrían fácil. Picaría a diestro y siniestro. El recuento de víctimas levantaría el ánimo del díptero. Esta vez, ¡sí!; por mayoría absoluta.
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