miércoles, 17 de octubre de 2018

El frío invierno de la vida


Sentado en una silla a la entrada de la casa, José, como cada mediodía, esperaba paciente a que su mujer terminara de arreglarse. Y es que ella conservaba intacta su coquetería femenina y le gustaba acicalarse delante del espejo antes de salir a comer.
Un poquito de brillo en los labios y una rayita azul junto a las pestañas para dar un poco de alegría a la mirada.
"Que ni los vecinos ni nadie en la calle sepa de mis tristezas. ¡A nadie le importan!. Hay mala gente que, por delante te pone cara compungida, te da golpecitos en la espalda y luego, por detrás, critica y disfruta con los males ajenos. Además, tampoco me van a solucionar nada" solía decir. José torcía el gesto. "Condenada mujer si vas a tener razón" Pensaba para sus adentros.
- Carmen, date prisa o llegaremos tarde. Ya sabes que se forman largas colas y luego nos toca esperar al segundo turno, y yo, ya no estoy para aguantar tanto rato.

Los años y la vida se les habían echado encima a los dos. Cincuenta años de casados cumplirían en Diciembre y, sus vidas habían cambiado tanto, que ya apenas recordaban todos los sueños que se quedaron rotos en el cajón. Aún así, con los ochenta y dos años de José y los setenta y nueve de Carmen, que jamás reconocería aunque le clavasen astillas entre las uñas, todavía se las arreglaban para vivir solos en su casa.
Una casa vacía de los hijos que tuvieron y que, ya hacía tiempo que volaron del nido. María, la pequeña, trabajaba en una galería de arte en Boston. Junto a su marido George, un ingeniero americano, vivían en una preciosa casa con un enorme jardín, por donde ya empezaba a corretear el pequeño Andrea. Dos añitos y medio, había cumplido. En las fotos que María les envió por correo electrónico, pudieron constatar que el niño, se parecía a su abuelo. Al menos, eso decía la abuela. “Ha salido guapo el nieto, tiene tu cara. La de antes, ahora estás viejo y arrugado” le decía con una media sonrisa.
Después, junto al documento gráfico, unas letras:
“Que si tenéis que venir… Que si estamos buscando la manera de ampliar la casa…Que si tenemos planeado hacer una pequeña construcción en una zona del jardín, para que podáis tener vuestro espacio… Un dormitorio, con una pequeña cocina y un cuarto de baño independiente para que estéis cómodos... Que ya os iremos diciendo... Que ir a España para veros está complicado porque George tiene mucho trabajo… Que lo sentía mucho, pero que estarían en contacto.” Y luego… “Que… ¿Qué tal todo…? ¿Que si estaban bien de salud? Y que un beso…” Carmen suspiró mirando a su marido. 

– Todavía no hemos podido conocer y besar a nuestro nieto. Acuérdate de lo que digo, eso no va a suceder. No nos quieren allí. Somos viejos y les estorbamos.
José entornaba los ojos recordando los sacrificios que habían hecho, para que su hija hubiera podido estudiar su carrera en Madrid; muy por encima de lo que se podían permitir, pero trabajando duro para conseguirlo.
Lo mismo que lucharon para ayudar a Carlos, el hijo mayor. Tanto, que dieron todo lo que tenían y más. Toda la vida tratando de sacar adelante ese pequeño negocio que José heredó de su padre, y que luego, él, puso en manos de su hijo. Pero Carlos no supo hacerlo y lo arruinó. Lo perdieron todo, hasta su propia casa. El hijo, además, en su mala cabeza y en una huida hacia adelante, firmó pagarés por cientos de miles de euros. Una locura que lo llevó a poner pies en polvorosa. Hacía diez años que apenas sabían nada de él. Por algún conocido averiguaron, que andaba por Francia trabajando en hostelería.
El caso es que, Carmen y José se habían quedado solos en una casa silenciosa y fría. Sobre todo, fría en invierno cuando había que tener apagada la calefacción, porque la pensión no daba para más, ahora que también, tenían que pagar el alquiler de la que un día fue su casa en propiedad. Y tampoco llegaba para la comida caliente del mediodía, porque si comían, no podían comprar los medicamentos que necesitaba José. Así que Carmen, cada día, se pintaba una rayita azul entre las pestañas y una sonrisa brillante en los labios. Escondía en el fondo de su bolso todas sus tristezas y agarrando a su marido del brazo, se bajaban a un comedor social que había a tres paradas de un tranvía, que no cogían.
Si salían con tiempo… no tendrían que esperar al segundo turno. 







Publicado en Poémame:


Premiado en el I Concurso de Relatos Breves Poémame y BarcelonActua y publicado en la antología.







Publicado en el libro antología:
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4 comentarios:

  1. Tanto tanto esfuerzo, para que la vida te castigue, sin motivo. la vida no necesita motivos. los hijos desaparecen y solo quedan los viejos y su dignidad. cuado la pierdan o uno muera, ya no quedara nada. triste vida alrededor de buenas personas.
    besoo GALI

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    1. Hay muchas historias como ésta o parecidas. No siempre los padres reciben el amor, el cariño y el esfuerzo que han dado. Pensar que al final de la vida vayas a sentir una soledad tan amarga... 😔... Qué triste!

      Muchísimas gracias por tu lectura, Gabi.
      Besicos.

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  2. Acabo de leer tu relato, es magnífico. Un relato que habla del sacrificio de los padres en la vida y de los hijos que no han sabido comprenderlo. Un relato real y actual. Conozco alguna historia parecida y no tan lejana a la que narras.
    Me ha gustado mucho tu relato costumbrista. Te felicito.
    Abrazo.

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    1. Es más común de lo esperable, sí.
      Muy agradecida por tu lectura, Clarisa.
      Besicos.

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