Siete mariposas negras anidaron en tu mente,
entristecieron tu corazón y marchitaron tu frente.
Nos mirabas y sabías que éramos parte de tu vida,
pero dichosas mariposas negras que no te dejan distinguir,
entre tus hijos y tus nietos, entre tus parientes y amigos.
Aún te vemos sentada en tu sillón,
con el cabello blanco y plata como la luna bella,
y en esos ojos de perdida mirada buscamos respuestas,
te buscamos a ti.
Nos miras fijamente, incorporas tu espalda,
y en un último esfuerzo se entreabren tus labios,
pero un balbuceo extraño enmaraña las palabras
y caes rendida de nuevo más entristecida y hundida.
Tu cabeza se ladea y ya por tu mejilla,
se abre paso una lágrima
que te aprieta la garganta con rabia y con dolor.
Malditas mariposas negras que oscurecen el Alma.
Y se duele el corazón, ¡cómo se duele!
Que no pudiendo expresar su dolor por dentro se muere.
Con el tiempo, fiel enemigo,
la oscuridad se hizo más grande.
Sólo al final del camino, quizás en tu último aliento
te sabemos ya libre.
Porque a tus pies les nacieron alas,
y tan alto has volado que tus negras compañeras
ya no te alcanzan.
Y aquí quedamos tristes,
sí, y también felices por saberte en paz.
Pero aún podemos verlas,
y si levantamos nuestros ojos
ahí están sobre nuestras cabezas,
revoloteando incansables y negras.
Malditas mariposas de fuego que nos negaron tu Alma.
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