Un frío intenso le calaba hasta los huesos. El abrigo de paño fino de Samantha, no servía para aplacar la tiritona, que hacía chasquear sus dientes. Después de una noche atroz, donde hasta el Alma que no tenía quedó hecha trizas, la desapacible mañana en Bruselas, estaba resultando ser un auténtico martirio. Al frío se unieron las primeras gotas de lluvia, de este mes de Febrero que comenzaba. Aceleró el paso, las gotas cada vez más frecuentes, aventuraban que iba a caer una buena. Además, debía llegar a tiempo para deshacer el hechizo. Quizá, sólo así podría recobrar la paz. La paz eterna. Como eterna estaba siendo su desdicha.
En sus recuerdos, se aglutinaban varios siglos vividos de tormento. Jamás, en todos ellos, consiguió un amor duradero. Anoche, su querido Liam, le confesó que estaba enamorado de otra mujer. Recogió sus cosas y se marchó del apartamento que compartían. Así, sin más, de nuevo y después de un año de relación, volvía a estar sola. Sola por toda la eternidad. Ese debía de ser su castigo. Un castigo impenitente, para una bruja que siglos atrás, cometió un error, castigando a un niño que no dejaba de importunarla. “¿¡Cómo podía saber, que ese niño, era sobrino del célebre brujo Glanmore Peakes!?”
Anoche, después de que Liam se marchara para siempre y ella quedase, una vez más, en la desesperación que le producía verse de nuevo abocada a la soledad; recibió una visita. Un ayudante del brujo, hombre de baja estatura y contrahecho, le descubrió el motivo de su infortunio en el amor. Si quería recuperar el amor de Liam, debería deshacer el hechizo que hizo siglos atrás, al sobrino de su jefe.
Ahora ya lo sabía, conocía el motivo de tanto tormento y estaba decidida a recuperar la paz. ¡Por fin sabía cómo conseguirlo!
La lluvia arreciaba. Había poca gente por la calle y la que había, caminaba deprisa en busca de refugio. Le pareció que esta circunstancia facilitaría las cosas. Que el lugar estuviese limpio de curiosos turistas, le ayudaría a que todo se desenvolviese con mayor discreción.
Por fin, llegó al pequeño rincón, donde se situaba la fuente rodeada por una verja. En lo alto, la pequeña estatua de sesenta y un centímetros. La figura de un niño desnudo, orinando dentro de la fuente.
Después de tantos siglos, recordaba el momento en que, con un conjuro, lo convirtió en estatua. “Ya nunca más lo encontraría orinando en la puerta de su casa”, se dijo. ¡Cómo disfrutó contemplando su obra… y cuánto lo lamentaba ahora…!
Miró a su alrededor. La lluvia era aún más intensa y se encontraba sola y empapada frente a la estatua. Sacó de su bolsillo, la pequeña y vieja varita, que hacía tiempo se prometió no volver a utilizar. Cerró los ojos mientras el agua mojaba su cara y susurrando unos sortilegios ininteligibles, giró la varita dos veces en el sentido de las agujas del reloj. Un instante después, al abrir los ojos, vio al niño bajando con dificultad del pedestal. Tras ella, sintió una presencia y su aliento en la nuca.
- Vete, ya has hecho lo que debías.
Sin mirar atrás, siguió su camino. Al girar la calle, resguardado bajo un porche, vio a Liam. Con la bolsa de su ropa en el suelo y entre las piernas, tenía los brazos cruzados y la mirada perdida.
Corrió hacia él.
- ¿Volvemos a casa? -Le dijo.
Liam, la miró confundido.
- No sé qué estoy haciendo aquí, ni porqué llevo toda mi ropa en esta bolsa. Sólo sé, que te he echado de menos.
Ella, le besó en la boca. Y tirando de él, corrieron juntos bajo la lluvia camino a casa.
A la mañana siguiente, después de una noche de amor maravillosa, Liam despertó a Samantha, llevándole el desayuno a la cama en una bandeja, junto con una flor colocada sobre el periódico.
Se recostó a su lado. Ella tomó la flor y agradecida, lo besó tiernamente.
Después Liam, cogió el periódico mientras ella daba cuenta del desayuno.
- ¡Vaya! Han robado el Manneken Pis. -Dijo viendo el titular de la portada. – “Parece ser que la estatua fue sustraída durante la mañana de ayer. A pesar de que el robo, sucedió a plena luz del día, nadie fue testigo de lo ocurrido.”– Siguió leyendo.
- ¡Qué cosa más rara!
- Tampoco es tan extraño, ayer llovía mucho y la calle estaba desierta. Fácil que nadie viera nada – Dijo Samantha
Liam, se encogió de hombros. Poco recordaba de lo sucedido, desde la noche que salió de casa con su ropa metida en una bolsa. Por otra parte, había decidido que no le importaba. Estaba donde quería estar; junto a ella.
- Será eso, brujita mía. ¿Sabes?, yo nunca voy a desaparecer. Estaré contigo para siempre.
Samantha, lo miró con dulzura. Seguramente él, nunca sabría el verdadero sentido de la palabra “siempre”. Pero si esta vez su relación de amor funcionaba, un día tendría que explicárselo todo. Un día tendría que hacerle entender, que sí… que de verdad... era una bruja.
Publicado en Gente Yold, el 11/Marzo/2017
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