En la garganta quedó una lágrima
cruzada como una espina;
y es en el pecho,
donde la congoja aprieta
su corazón cansado.
Tus sentidos ofuscados
en ráfagas de su dolor latiente;
y son sus pies los que besas,
mientras lentamente se va muriendo.
Quisieras amarrarle a la vida
y devolverle el color a sus mejillas.
Sentir su calor ya desvanecido,
renaciendo como el sol de cada día.
Pero es la oscuridad
la que emerge y lo llena todo.
La que nubla los tiempos felices
y los aleja despiadadamente.
Mientras, el cielo se desmonta
y una tierra abierta bajo tus pies,
se traga tu mundo y tu esperanza.
Que por ese ángel que te da la vida
y sin importarte,
morirías un millón de veces,
lo sabe Dios.
Te arrastrarías por desiertos áridos
sin agua que beber.
Y arrancarías tu piel a tiras...
¡Qué más da!... si descarnada ya estás;
que es el hijo el que acompaña
en el final y no al revés.
Nada importa,
ningún sufrimiento sería demasiado
por volver a ver en esos ojos
sus ganas de vivir.
Pero ya está escrito... y él, partirá sin ti.
Sólo un beso, un beso más...
para el desgarrador adiós.
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